Los traductores y las traducciones
Hace uno o dos años mi profesora de literatura (creo que era literatura británica) invitó a un escritor inglés a darnos una charla sobre las traducciones, leyó un poema en inglés y español sobre que es lo que se pierde en las traducción, porque el tema de las traducciones es delicado, ese intermediario entre el autor y el lector llamado traductor es el que determinará como interpretes los que leas, sus palabras serán las que le den sentido a las del autor y las que finalmente leas... y les digo, tan sólo cuando has estudiado otra lengua comprendes que hay palabras, frases y expresiones que son intraducibles.
En fin, este señor leyó el poema escrito por un traductor especializado en poesía, apenas si recuerdo las frases, pero en esencia recuerdo la ultima línea: "...lo que se pierde en la traducción es lo que se pierde en la palabra" y desde entonces me fijo en los nombres de los traductores, porque no sólo leo a un autor, sino que también a su interprete en mi lengua.
El escrito que les dejaré a continuación es el prólogo de una colección de cuentos de Alexei K. Tólstoi, (cuya traductora es Olga de Wolkonsky), pero este relato es del Sr Pedro de Olazábal, traductor y director argentino, que si buscan con atención en libros de los años 30 y 40 podrán ver su nombre después de las palabras "traducción por:", pero del que no hay otro tipo de mención a su labor, este escrito es enteramente suyo y ha sido una gran fuente de reflexión para mi sobre un tema que me fascina.
Está perfectamente establecido que los vampiros no existen. Se sabe, sin embargo, que viven de sangre humana, que son relativamente inmortales, que necesitan, para dormir, yacer en un montón de su tierra natal, que hoyen del acónito y de los símbolos religiosos, que no se reflejan en los espejos, que sólo puede matárseles atravesándoles el corazón con una estaca, y que sufren por su condición de no muertos —undead—, como los ha llamado no se que escritor inglés.
Porque el vampiro sufre, no sólo por el eterno purgatorio que le ha sido impuesto al condenársele a frecuentar al mismo tiempo el mundo de los vivos y de los muertos, sino también por la clara conciencia que tiene del mal que fuerzas ocultas le obligan a hacer. Y mientras en sus grandes ojos se refleja el frío y vidrioso horror del más allá, las pobres y descoloridas bocas, que no cobran vida sino al contacto de la sangre humana, expresan la tortura de aquella despiadada lucha del yo contra el yo, que desgarra al que sabe que sólo puede salvarse por una aniquilación que no quiere.
Y es que a más de no querer morir, el vampiro tampoco ha querido nacer. Arrebatado al mundo de los vivos por otro vampiro, éste lo ha engendrado dándole de beber su sangre. Pero el vampiro no ha sido privado sólo del mundo de los vivos. Ha entrevisto el de los muertos, y lo desea para sí, mas no le es dado pertenecer a él mientras no reciba el añorado y temido descanso de manos de algún ser viviente. y así, haciendo el mal por el mal, o, mejor diceho, haciendo el mal por nada, se venga de sus vidas y de la vida...
El autor proclama el origen eslavo del vampiro —upir en ruso—, aunque no deja de reconocer que aquellos fantásticos seres adoptaron cin posteridad por patria la región de Transilvania, Hungría y los Cárpatos. y allí empezamos a conocerlos en las detalladas y eruditas descripciones de sus vidas por algún monje medioeval que no temió sacrificar sus salvación a la curiosidad, o quizás al mero deseo de dar muerte a la muerte.
Así, pues, al ofrecer los cinco relatos de Alexei Constantinovich Tólstoi no podemos dejar de recordar que en 1841, cuando aparecieron sus primeras obras —las que tratan de vampiros— Belinsky, el célebre crítico del siglo de oro de la literatura rusa, resultó profeta al predecir la gloria del primero de los tres Tólstoi que se destacan en las letras de sus país.
Alexei Konstantinovich Tólstoi nació en San Petersburgo en 1817. Ya a los ocho años fué presentado en la corte y admitido por el emperador entre los niños que, los domingos, le hacían compañía al príncipe heredero, al futuro Alenjandro II. Algunos años después salió de Rusia e hizo unos viajes por el extrajero, viajes que contribuyeron sin duda a su formación y al desarrollo de su indiscutido talento.
Su biografía, en contraste con sus obras y con la vida de muchos de sus contemporános —Pushkin, Lémontof y otros—, presenta un interés muy relativo. A los diescisiete años terminó sus estudios en la Universidad de Moscú; luego desempeñó durante algún tiempo un cargo diplomático en Alemania, y, al estallar la guerra de crimen, se enroló como voluntario. Pero como si el destino se hubiera empeñado en no conceder la vida aventurera que seguramente habría anhelado su brillante imaginación, al regimiento en que servía no le fué dado combatir. Antes de que pudiera llegar a la península, cuando aun se hallaba en desa, se declaró entre las tropas una epidemia de tifus, enfermedad que costó al ejercito más de mil hombres y que atacó también al poeta. Tólstoi murió en 1875, en su hacienda favorita de la gobernación de Chernigof.
La obra de Alexei Konstantinovich Tólstoi, comenzada en 1841 con los ya mencionados relatos, consiste en poemas, tragedias en verso, entre las cuales se destacan Don Juan, la trilogía Muerte de Iván el Terrible, Zar Boris, y una novela histórica, El príncipe Serébriany, cuya acción se desarrolla también en la época de Ivan el Terrible.
Pedro de Olazábal.
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